fe de erratas

8 abr 2010

Crónica de una mujer ex tapete

http://www.sdpnoticias.com/sdp/columna/nicte-bustamante-nykte/2010/04/08/1022854 

Crónica de una mujer ex tapete

Nicté Bustamante (@Nykte)

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08 de April, 2010 - 00:29 | 53 comentarios
 
Para todas aquellas mujeres u hombres que son, fueron o serán tapetes.


31 de diciembre. Las doce campanadas suenan, todos con alegría cuentan sus deseos. Mientras yo repetía el mismo: “Deseo ser feliz”, así doce veces. Yo no sabía que la llegada de ese año nuevo cercenaría la vida de mi padre, tampoco sabía que ese mismo año obtendría la libertad.


Sí, me encontraba presa, trabajaba nueve horas, cargaba cajas, me escurría de la lluvia. Mi labor agobiante y pesada mantenía el hogar en su totalidad. La retribución económica lo valía, pero mis zapatos estaban rotos y mi ropa era de segundo uso. Yo no era consciente de lo que pasaba, apenas alguien lo podría creer, porque soy una mujer hermosa, inteligente y amable. Sin embargo, me encontraba sumida en lo hoy conocemos por violencia familiar, lo más curioso es que yo no podía darme cuenta.


El cambio comenzó cuando descubrí que no era feliz. Descubrí que no me reconocía a mi misma en el espejo. No supe el día que me extravié. Empecé a buscar mi felicidad por todos lados. Sin resultados.

Sentía un agobio constante; dolores de cabeza profundos; dolor de espalda intenso; en ocasiones no quería levantarme ya de la cama, y veía la televisión sin entender los programas, como si me hablaran de lejos.


Un día, sin pensar, le dije a mi madre que me separaría. Con sigilo tramité las actas de nacimiento de mi hija; investigué, miraba todas las instancias posibles. Con el apoyo de mi madre, recién viuda, y de mi hermana comencé a dar los pasos para alcanzar mi objetivo, mi libertad.


Recuerdo cuando por fin tomé el teléfono y le dije a mi madre: “Mamá, ven por mí, hoy me voy a ir”. A escondidas saqué lo necesario para mi hija y para mí. Sufrí, verdaderamente, al dejar atrás los libros que tanto trabajo y pleitos me habían costado reunir y que me acompañaron y mantuvieron cuerda durante mis seis años de cautiverio. 

Una perra bóxer me miraba, no podía dejarla ahí, del coraje seguro la mataría, pues era mi perra, las gatas correrían la misma suerte, pero no podía con todo. Mis manos temblaban, 
el miedo de que regresara de pronto helaba mis venas, no podía imaginar lo que pasaría.


Unas bolsas de plástico. Mis libros regados. Mi mente nublada. Yo temblaba mientras esperaba que mi madre llegara. Miré el enorme televisor que él había “comprado” (lo pagó, claro, con mi dinero). Una enorme pecera, también “subsidiada” por mi trabajo. Pensé en mi lavadora, mis muebles, mis figuras de jade. 

Tomé mi mercancía, pues de ella sobrevivía, mi escasa ropa vieja que después sería substituida casi en su totalidad, la ropa de mi hija corrió la misma suerte. Por fin llegó el automóvil de mi madre. Rápidamente eche todo en la cajuela. En verdad tenía miedo.


Mi hija tomó a bien el que su papá viviera en otra casa, así no se enojaría tanto. Una casa nueva que tuvo que ser abandonada al poco tiempo por las rabietas de papi.


Después vino la persecución. Cuarenta llamadas en una noche. Los constantes pedidos de ayuda a la patrulla. Los policías me regañaban, me decía que no debía permitirle la menor amenaza pues eso me ponía en riesgo. Visitas a psicólogos, ministerios públicos, luego los peritajes.

Mi pregunta era: “¿Cómo defenderme?”. La respuesta: la denuncia. Me decían: “No deje de denunciar nada, camine por la calle, no tenga miedo”. El perito en psicología me explicó los patrones de la violencia: casi no daba crédito al resultado de un cuestionario, cubrí casi el 82 % de violencia, sabía que existía, pero él siempre la minimizó y ponía ejemplos ajenos.


Los golpes no es el único indicativo de violencia, puede no haberlos, pero, las amenazas; las humillaciones; el no darte dinero; cuando no te hace caso; cuando te chantajea o te coacciona, es decir, si no haces esto, entonces haré esto; ese, ríete de ti misma, eres una amargada, no aguantas nada, exageras de todo; las groserías; hacer como que te pega; enojarse cuando no se deseas tener sexo; crear constantes conflictos, en fin, es una larga lista que parece no tener fin.


Desde el día de las bolsas de plástico y mis libros perdidos al día de hoy, ha pasado año y medio. El trabajo para reconocer la violencia ha sido intenso, incluso después de separada lo seguía justificando y defendiendo. Nos volvemos cómplices de nuestro maltrato.


Hoy por hoy inicie mi carrera. Sigo caminando por las calles mirando dos veces por todos lados, camino de la mano siempre con mi hija en lugares transitados, evito parques, lugares de difícil acceso, tianguis. Siempre tengo mi celular casi en la mano para pedir auxilio, aun así la última vez me lo arrebató fácilmente. Veo cuando desde un coche alguien me observa (así he alejado a muchos pretendientes). Estoy por abrir mi negocio y elegí el lugar de manera que él no pudiese tener fácil acceso.


Últimamente, a partir de mis publicaciones en SDP algunas mujeres que me conocen me han solicitado directamente que hable de este tema, otras han estado comentado al respecto. Esta es la razón por la que elegí escribir un resumen, un fragmento pequeño de mi historia, no espero solucionar un problema, ni dar propuestas, ni decirles nada nuevo a las mujeres que todavía son tapetes como dejar de serlo. 

Tampoco espero que me digan lo fuerte que soy, ni lo noble, ni valiente, etc. El hecho es que al ser víctima de la violencia, en cualquiera de sus expresiones, transforma tu vida.


Una mujer, o un hombre, después de someter su vida a las condiciones de otro, suele tomar mucho tiempo para recuperarse. Si después de leer mi crónica alguien se da cuenta de las semejanzas que encuentra con lo que vive, créanlo, jamás le diré: “¡Para que se deja!”Entiendo lo complejo del caso.

Para mí, una mujer con algunos recursos y herramientas, dejar en el pasado este tema y comenzar a superarlo ha sido sumamente difícil. Seguramente, para una mujer con menos recursos, sin apoyo familiar y, muchas veces, sin estar siquiera en su tierra, es aún más complejo. Una persona profesionista también puede ser víctima.


Uno no es consciente cuando empieza, pero si cuando termina. Estas historias tienen sólo tres finales posibles:


·      *  Terminar en medio de luchas descarnadas que, algunas veces, culminan con el robo de los hijos por parte del padre o del agresor.

 ·     *  Por la muerte violenta de alguno de los dos.
·      * Por una enfermedad derivada del nivel de estrés en el que se vive o de los golpes producidos en el pasado.


Y lo peor de todo, pese haber terminado con la relación, si uno no concientiza y trabaja el factor patológico que le hizo propenso a este tipo de relaciones, vuelve a ser partícipe de una nueva relación de este tipo, de menor o mayor intensidad, pero dañina.


Un saludo a todas las mujeres y hombres que han sido, son o serán “tapetes”, siempre hay un camino, pero es bien difícil tomarlo. Yo hoy me siento bien, pasé noches de terror, que hoy se están superando, las pesadillas me aquejan de vez en cuando, pero día a día me siento mejor conmigo misma, con mi trabajo, con mi escuela, con mi hija, con mis amigos y todas aquellas personas que me han apoyado en este duro camino, principalmente con mi familia. Veo como se reconstruye mi vida, me estoy recordando a mí misma.


Sólo el “tapetedecide ponerse en pie y dejar de serlo. El que pisotea puede hacerlo la vida entera y se seguirá justificando. Veo a la gente que amo y que comparte patologías de “tapete”, como se están dando cuenta de su condición y cómo toman cartas en el asunto.


Si al leer esto quieres dejar de ser pisoteada, no acudas a mí. Existen ministerios públicos, abogados de oficio, centros de ayuda a mujeres víctimas de violencia, pregunta, investiga, habla, nunca te quedes callada o callado.

Siempre habrá quien te ignore o se burle de ti, pero también vas a encontrar aquella persona que te abra la puerta y te diga: “¡Yo te ayudo!” No dudes, toma todas las medidas de precaución. ¡Pero hazlo!


De acuerdo a las estadísticas, una de cada tres mujeres vive, vivió o vivirá violencia, de cualquier grado a lo largo de su vida; las estadísticas señalan que la violencia en contra de los hombres es menor, tomando en cuenta sólo las denuncias.

Ps. Escribir esta columna me ha costado un par de lágrimas (aún me cuesta trabajo llorar). Si a ti no te reverbera esta historia mándala por Twitter o Facebook, a alguien le será útil; y si te identificas con el tema, repítete, además, todos los días: “Voy a ser feliz” y “Ya nunca más”, esas frases me han ayudado mucho para encontrar la salida a mi libertad.

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