fe de erratas

27 oct 2010

Fogosidad y provocación

Fogosidad y provocación

Escándalos manipulables
Imponen los simivales
Pedagogía negativa
Julio Hernández López

El diputado Gerardo Fernández Noroña (PT) increpa al presidente de la Comisión de Comunicaciones, el priísta Ignacio Rubí (izquierda), y al secretario de Comunicaciones y Transportes, Juan Molinar Horcasitas (de anteojos), ayer en San LázaroFoto Francisco Olvera
La fogosidad oratoria de Gerardo Fernández Noroña ha de medir su eficacia política no sólo en términos de satisfacción personal sino de contribución e incluso sacrificio táctico respecto a la causa en que milita. Ayer, al enfrentar nuevamente en términos duros y crudos al secretario de Comunicaciones y Transportes, el diputado federal llegado a nombre del Partido del Trabajo permitió que la comparecencia de Juan Molinar Horcasitas fuera tramposa y facciosamente suspendida por el presidente del comité legislativo del ramo, con lo que la atención política de un día particularmente oscuro pudo ser trasladada a los escenarios de hipocresía que a cuenta de modales trastocados buscan aprovechar tomas y tonos de los opositores para demostrar” a la teleciudadanía los riesgos del comportamiento de los “izquierdistas” no modernos, es decir, no chuchos ni marcelos, sino lopezobradoristas, en tanto el polémico diputado Fernández Noroña llegó a su curul con votos y esfuerzo propios y muy meritorios, pero en los espacios de oportunidad que la corriente encabezada por el tabasqueño generó en el PT y a la que, en estos momentos de reconstitución y replanteamientos delicados, no ayudan los excesos de escenario que acaben siendo usados en contra, por muy fundado, sentido o necesario que parezca acusar públicamente a un funcionario, como el muy degradado Molinar, de ser asesino, corrupto, ladrón y sinvergüenza y a su jefe institucional de ser “un borrachito”.



En las plazas, en las calles, incluso en las urnas, los ciudadanos pueden expresar sus puntos de vista con entera libertad, sin tomar en consideración las consecuencias que para sí mismos o su entorno organizado pudieran significar los desahogos de conciencia, pero un diputado federal perteneciente a una corriente política satanizada, estigmatizada, permanentemente difamada, debe cuidar sus palabras y gestos para que tengan eficacia política real y no queden solamente en ánimos de desahogo individual. La izquierda mexicana no cooptada por el calderonismo hoy necesita más de la reflexión que de la provocación, más de la propuesta difícil que de la descalificación fácil, más del cálculo frío que del gusto candente. Sobre todo porque, al acabar colocando sobre la mesa ingredientes para la descalificación de la corriente a la que se pertenece, también se acaba sirviendo a esos adversarios mediante extrañas y estridentes conexiones de los extremos.


Escándalo distractor de lo que a las elites sí importa esconder o disminuir, como es el hecho de frustración social que se da al ver que si en San Lázaro se trata de impedir el nuevo negociazo de la familia González, con los simivales que ayudarán al tío genérico a financiar partidos familiares, la numérica mayoría definitoria cierra el proceso de manera grosera, sin siquiera discutir más ni atender los argumentos de fondo, simplemente cumpliendo las bancadas tratantes con el trámite acordado, con el voto mecánico que finiquitará la discusión en esa instancia, aunque deje esparcido por el país el tufo del nuevo saqueo a la riqueza nacional y de una nueva embestida privatizadora de lo público, aunque la esencia del litigio haya de ser trasladada a la superior instancia del Poder Judicial, que también va cerrando el cuadro conservador y antipopular, ya con el ministro Juan Silva Meza arreglado como futuro presidente de la Suprema, siempre corta de justicia, y con la idea de suplir una vacancia por muerte con un jurista de perfil tan cerrado como las elites del poder actual lo requieren.


De eso se trata: de abatir el espíritu de lucha, de enfangar, de desesperar, de provocar. O, dicho de otra manera, hacer como que se analiza, discute y resuelve conforme a razón y derecho, aunque en realidad sólo se atienda al dictado faccioso, al interés grupal y a los apetitos económicos: es decir, las apariencias democráticas, que en el fondo son una incesante pedagogía negativa.

Si se ha de enseñar con el ejemplo, que entiendan los ciudadanos que nada bueno habrá de suceder –ni correcciones, ni mejorías, mucho menos cambios profundos– a partir de este andamiaje de diaria exhibición de obscenidad política e ideológica. Una mentira repetida mil veces en radio y televisión ha de acabar convertida en verdad impuesta, así es que la verdadera capacidad de elección de los mexicanos está en su control remoto o en los botones selectores de las frecuencias a atender.

 La violencia social convertida en inhibición de la potencialidad electoral, la violencia institucional transformada en bofetada diaria de acondicionamiento para la desidia, la omisión, el abandono, la claudicación cívica.


El riesgo mayor para la izquierda que pretenda cambios de fondo está en esa estructura diseñada y recompuesta a partir del escamoteo del interés colectivo y la entrega a las parcelas privadas. Por ejemplo: hoy terminan su ciclo tres consejeros del Instituto Federal Electoral que, al igual que sus congéneres, simplemente consumieron recursos públicos de manera ofensiva para defender las posiciones de los bandos que para ello los colocaron allí. Mucha pena y nada de gloria. Se van Arturo Sánchez, Virgilio Andrade y Marco Gómez, para dar paso a nuevos ejecutores de las mismas políticas de maniobra y falsificación, tal vez con la confesa presencia rectora de una consejera emparentada con el interés de Televisa, para que la ruta 2012 quede claramente señalada.


Contra esa maraña de intereses poderosos, confabulados, mafiosos, ha de pelear de manera inteligente y eficaz la izquierda, viendo a Fidel Herrera consolidar el cacicazgo veracruzano con la resolución del tribunal electoral federal en favor del opaco Javier Duarte, con la violencia desatada –en Los Mochis, el lunes hubo un desfile nocturno, de entre 40 y 50 vehículos, con armas de alto poder, con unos 150 delincuentes encapuchados a bordo que tomaron la ciudad durante cuando menos hora y media– y con el calderonismo cada vez más decidido a mantener el poder mediante la fuerza de las armas. Uf. ¡Hasta mañana!

http://www.jornada.unam.mx/2010/10/27/index.php?section=opinion&article=008o1pol
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