fe de erratas

13 nov 2012

AMLO: No a la desesperanza


DESFILADERITO
 
  AMLO: No a la desesperanza
Presentación del libro “No decir adiós a la esperanza” (Editorial Grijalbo)

Con Lorenzo Meyer, Jaime Áviles, Pedro Miguel y Ariel Rosales.  Presentación del libro  
“No decir adiós a la esperanza” (Editorial Grijalbo)
  De las cosas que uno se entera en las presentaciones de libros. Anoche, durante la de “No decir adiós a la esperanza”, el título número 11 en la bibliografía personal de Andrés Manuel López Obrador, me enteré de algunas, que deseo compartir en este espacio con ustedes.
 
    Lorenzo Meyer, historiador y analista político con experiencia tanto en la cátedra como en los estudio de televisión, llegó con tres cuartillas y la cuarta parte de la cuarta llenas de letras de 12 puntos impresas en tinta negra. No leyó ninguna, excepto las cifras de un recuadro de la segunda que hablan de que en la última década en Estados Unidos la concentración de la riqueza aumentó 700 veces en beneficio del 0.1 por ciento de la gente de aquel país.
 
    (Hace unos días, un diario mexicano reveló que en nuestro país, poco más de 200 mil personas, que representan el 0.17 por ciento de la población nacional, posee más del 50 por ciento del dinero depositado en los bancos que hay entre nuestras costas y nuestras fronteras. “Debe ser una de las tasas más altas de injusticia en el mundo”, supuso Eduardo Galeano cuando se lo platiqué el viernes. Pues no: de acuerdo con los datos de Meyer parece que no somos la excepción sino la regla.)
 
    La segunda vez que Lorenzo posó la vista en las letras de su ponencia fue cuando confesó a quienes le escuchábamos que la mejor definición de utopía que ha conocido, la escribió Adolfo Gilly, en un ensayo acerca del cardenismo (cito de memoria): “la utopía es el conjunto de ideales que comparte un grupo social para compararlo con la realidad”. 
 
    Y nuestro gran comparador del pasado y del presente dijo que en la tercera parte de su libro, AMLO sienta las bases de la utopía que propone al movimiento que encabeza, “y sólo falta ver si el movimiento hace suyas esas bases”. Pedro Miguel, otro agudo observador de la realidad, llegó cuando Lorenzo Meyer terminaba de hablar y sacó del bolsillo de su chamarra una hoja de papel tamaño carta, doblada en cuatro pliegues; la colocó sobre la mesa y levantó una de las esquinas para echarle un vistazo al pequeño acordeón que allí había escondido.
 
    Era un temario de ocho renglones y el primero y el segundo decían: “1. Anécdota 1.” y “2. Anécdota 2”. Y en efecto, contó la anécdota de cuando quiso afiliarse a una célula revolucionaria teniendo él escasos 16 años y fue regañado por el comisario político, pues cuando le preguntaron por qué quería militar en la organización él respondió: “Porque odio la injusticia”. No, lo reconvino el comisario, “tienes que decir: porque quiero luchar por la emancipación del proletariado”.
 
    La segunda anécdota involucró a su abuelo materno, “un antimasón, antijudío, homófobo y anticomunista, un reaccionario de principios del siglo XX quien, cuando las guerrillas combatían contra las dictaduras de Nicaragua y El Salvador, a finales de los años 70, expresó su deseo de que ojalá ganaran los muchachos”. ¿Por qué un hombre de ideas tan atrasadas quería el triunfo de los revolucionarios? “Porque era esencialmente una buena persona.” 
 
    Y de allí pasó Pedro Miguel a subrayar que en su colonia, donde toda la gente es muy pobre, “cada individuo es un pequeño Salinas de Gortari que quiere privatizarlo todo”, tras lo cual recordó que “este país no era así, era un país generoso” y dijo por último que la transformación de la mentalidad colectiva, indispensable para que México deje atrás esta etapa tan oscura, “está en las páginas finales del nuevo libro de López Obrador, que proponen un camino para que la gente transforme su entorno y se transforme a sí misma, haciéndose mejor”.
 
    Estas palabras me cayeron de perlas porque a mí me había tocado el papel de pítcher abridor y si bien tenía en mente un complejo esquema para hablar del efecto invernadero que los gases intestinales de las vacas producen en la atmósfera, acelerando la destrucción de las condiciones que permiten la vida humana en la Tierra, y de la isla de plástico de dos millones de kilómetros cuadrados que flota en el Pacífico Norte, y de la gravísima responsabilidad de Estados Unidos en la degradación de nuestro ecosistema, y del proyecto de la NASA para colonizar Marte dentro de un siglo –todo ello a guisa de preámbulo--, en realidad hablé de cosas muy distintas, que no vale la pena citar aquí, no por ahora.
 
    Lo que sí dije, y quiero citar aquí, es que en su nuevo libro, AMLO da un gran salto en la evolución de su pensamiento político, y que sustenta el concepto de la “república amorosa” en las tradiciones más antiguas de Oriente y de Occidente, tales como el Antiguo y el Nuevo Testamento, las ideas de Confucio o las relaciones de los pueblos de Mesoamérica con el cosmos y con la tierra –entre muchas otras fuentes en las que bebió para escribir este ensayo--, a partir de todo lo cual contribuye a renovar el significado de la “ser de izquierda”.
 
    Y ser de izquierda, añadí, es “ser derecho, ser buena gente, buena persona, generoso y solidario, fraterno, lo que nos aleja de ideas anacrónicas, como las de aquellos que olvidan que los tres mayores genocidas del siglo XX fueron Hitler, Stalin y Mao, y todavía creen que ser estalinista o maoísta es ser de izquierda, lo que no tiene nada que ver con AMLO, para quien –como lo afirma en su nuevo libro-- no hay mayor felicidad que luchar para hacer felices a otros”.
 
    Como huésped de honor en la mesa dispuesta sobre el escenario del Centro Cultural San Angel de la ciudad de México, AMLO (de esto también me enteré, sentado junto a él frente a tantísima gente) dobló como seis u ocho páginas de su propio libro, para utilizarlas como marcas para desarrollar su intervención.
 
    Pero al igual que Pedro Miguel y Lorenzo Meyer sólo consultó una o dos de ellas. La primera, acerca del grado de pobreza de la gente que en julio votó en las elecciones presidenciales en Puebla (tema de un próximo Desfiladerito) y la segunda para hablar de un poema de Carlos Pellicer dedicado a Simón Bolivar (personaje de otro próximo Desfiladerito), y explicar por qué, después del “haiga sido como haiga sido” del 2006 y del “billetazo” de Peña Nieto de 2012, “mucha gente que no votó por mí se siente deprimida, y muchos de nuestros compañeros todavía no se reponen, por lo cual decidí dedicar un tiempo a escribir este libro y decirles ¡ánimo!, la lucha sigue, no permitan que nos quiten el derecho a la esperanza”.
 
    “No decir adiós a la esperanza”, publicado por Grijalbo, consta de 160 páginas y propone una serie de ideas fundamentales para hacer realidad el sueño de que la justicia someta al poder de la corrupción, algo que mañana miles y miles de personas intentarán durante la primera huelga general europea contra el FMI, convocada en 22 países del viejo continente.
 
    Por ello, desde luego, hoy también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, ansioso por ver la caída de Esther Orozco, la raptora de la UACM, a quien finalmente parece que el Gobierno del Distrito Federal ha comenzado a serrucharle el piso.
    
 
Jaime Avilés

No hay comentarios: